martes, 27 de enero de 2009

La sur-alternidad como categoría postmetafísica [aunque propiamente post- en general]

 Julio García Murillo

NOTA DEL NARRADOR: LO SIGUIENTE ESTÁ NARRADO COMO INTENTO DE ARTICULAR LA CUESTIÓN TRAS LA TORMENTA EIDÉTICA DE LAS PRIMERAS DOS SESIONES. 

 

Nos encontramos en el ineluctable –incluso urgente– proyecto de construcción de una subjetividad subalterna. Es preciso usar el artículo indeterminado «una» y no el determinado «la» por mero principio de resistencia –si es que la resistencia es principio–. En todo caso, la tarea (de)constructora de dicha subalternidad no se restringe a la recopilación documental de información historiográfica, sobretodo del ámbito político o de círculos politizados. Tampoco a la formulación –también politizada e incluso ontologizada– de una identidad diferente y autónoma –que no es una diferencia radical– opuesta a lo que reconoceríamos como identidad clásica de la tradición occidental. Esta última, aunque de difícil concentración y síntesis conceptual, podríamos resumirla como aquella que define al hombre –europeo, y consecuentemente a todo al que se le asimile como tal, no precisamente europeo, pero al menos hombre– como animal racional, ser de trabajo, productor, ser de la educación, de la civilización, del progreso, y muchas más acepciones; y que en términos ontológicos reconoce que cada cosa es igual a sí misma y diferente a las demás; y esto significa que ese hombre es igual a sí mismo, que él es su mismidad y que en eso consiste su ser, que en eso le va. El proyecto de construcción de «la» identidad es el proyecto rector de la metafísica occidental. Cuando en algún lugar perdido de Grecia –no de la histórica, sino de la historiografiada– se dijo: “A=A” (Principio onto-lógico de identidad), el curso del pensamiento –y eso significa, el curso histórico, cultural, político, estético, etc. de occidente y de los mundos que se hicieron a su imagen y semejanza– quedó definido y enmarcado. Después de pensar A=A se puede afirmar: “Todo ente es en su esencia: idea, razón, energía, materia atómica, voluntad, poder, voluntad de poder, riqueza, producción, reproducción, representación, representación, representación”. (Y tómese la repetición como una evasiva.) Consecuentemente, nada –o sólo nada– puede salir del sistema de mismidad o, incluso –con perdón de la palabra– mismización de todo lo existente.

Lo anterior podría parecer una digresión innecesaria, pero es preciso sostenerla –al menos para arrojarla lejos– si pensamos que el proyecto del sur se constituye como la creación de un absolutamente otro al occidental clásico mediante la construcción de su propia identidad. Ya que en esencia, toda construcción mediante representaciones se subyuga al sistema reproductivo de la mismidad. Un ejemplo, que en mi opinión constituye un fracaso inevitable por su planteamiento discursivo, aunque de muy buena intención –como todo humanismo ilustrado civilizatorio–, es la búsqueda de la mexicanidad que en el período posrevolucionario constituyó uno de los pilares de la producción filosófica. Se buscaba la identidad del mexicano, la cual, con principios y métodos casi etnográficos -en muchos casos, no todos-, pretendía realizar una identidad diferente a todo lo demás con los métodos propios de la metafísica y sin alejamiento crítico; casi como la construcción de un fetiche que diera confianza a los habitantes del país y que se integrara a un sistema de identidades universales, con los mismos métodos de pensamiento y representación (Cr. Ramos, Paz, Caso, etc.). Lo anterior tal vez sí era una digresión, pero nos sirve para afirmar que la construcción de un sujeto subalterno se convierte en una tarea sumida al fracaso. ¿En qué consiste esta aseguración pesimista del fracaso? En que toda construcción de identidad siempre se (re)presentará subsumida al proyecto rector de la metafísica. Para dejarlo más claro y cercano a la temática del simposio, ese proyecto rector fue el que posibilitó que el conquistador explotara y que el misionero convirtiera-dominara diciéndole al nativo: “Ecce homo; imítalo, en tu esencia se guarda la posibilidad de ser hombre; extirpemos toda tu maldad primitiva y abramos tus ojos a la bondad de la civilización”. [La colonización es conquista y conversión en cuanto es humanización, pero sólo y en tanto comprendamos a ésta como una negación o incapacidad de aceptar al otro como otro y un intento de integrarlo al sistema de la identidad: “Seas como yo soy”. Lo anterior para el humanista era lo único posibleEs, propiamente, en nuestros días (Cfr. ONU, Derechos humanos, Filantropía, Liberalismo, No-violencia, Fair Trade, etc.).]

Si buscamos una alteridad frente a lo mismo (A=A, Totalidad=Representación, Globalidad=Universalización, Ente=Producto/ Medio de producción/ Ganancia/ Valor/ Tasa/ Texto/ Hipertexto/ Probabilidad/ Crédito/ Fantasma, Fantasma, Fantasma, etc.) no debe realizarse como una oposición que pretenda (im)poner una nueva identidad, sino que más bien dicha alteridad sólo será posible como cuestionamiento de lo mismo, como interpelación que fractura, que produce un hiato, como rasgadura por la que aparecen todos los fantasmas ocultos, todos los crímenes (im)perfectos, todas las fallas del sistema y la suma de los delitos ignorados. La contraposición –oposición, rebeldía, protesta– más crítica –y eso significa que lleva al desquicio total la crisis inminente– es posiblemente la misma crítica. En este sentido en el presente articulamos la búsqueda de una subjetividad y no de un sujeto definido. La distinción es sutil, pero radical. No se busca superar el concepto abstracto de sujeto, no se busca tampoco hacer una suma de todos los elementos comunes de los múltiples sujetos activos o políticos –labor imposible y abstracta hasta la exacerbación–; la distinción radica en que la subjetividad como alteridad subalterna se abre como la condición de posibilidad del sujeto –epistemológico, político, ontológico, etc.– y guarda al mismo tiempo la noción de imposibilidad del mismo: la diferencia en la identidad. De forma más clara, diferenciar entre sujetos no nos dice nada de la posibilidad de que existan o que no existan en cuanto sujetos, la subjetividad por otro lado es el nombre de dicha condición de (im)posibilidad. La búsqueda de una subjetividad subalterna se articula, desde esta perspectiva, como una crítica discursiva al concepto moderno de sujeto.

Pero ¿por qué mejor no salimos del laberinto de la modernidad cuyo centro es el binomio sujeto-objeto con una verdad articulada como certeza experimental y un ímpetu de progreso y mejoramiento? Porque no saldríamos del laberinto, porque consistiría en crear otra identidad de lo mismo. La resistencia es mirar el discurso que subyace bajo el laberinto, llevarla a su límite, criticarla. Con otras palabras, el sur –como interpelación radical de lo mismo– sólo puede surgir en y desde el norte, a partir de su fractura. ¿Cómo se fractura el norte? Interrogándolo, analizándolo, interviniéndolo…

 

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Podemos articular el fracaso cognitivo como una imposibilidad de salida hacia lo que habría “detrás, arriba, abajo, adentro” o cualesquiera direcciones de supuesta huída del discurso dominante. La diferencia –como objetivo y efecto de la fractura o hiato en que podría consistir la subalternidad– no surge como huída que se dirige a la oposición de lo establecido. El fracaso no consiste en una derrota, sino en una imposibilidad efectiva. La subalternidad es sub- porque de cualquier modo se ubica bajo el manto de dominio de lo mismo. El sur sólo surge como sub-. El norte está arriba del sur. [Pero esta metáfora, por otro lado, puede resultar peligrosa por diferentes motivos: la visión pseudocientífica de la evolución y progreso en los trópicos como prejuicio argumentativo de mentes cerradas; también la propensión a pensar que el concepto de sur es geopolítico –a pesar de su paradójica conveniencia– y no más bien táctico o instrumental.] Es verdad que los países del norte –los más occidentales e idénticos a sí mismos– presentan en general un argumento similar de progreso y autoayuda, y al mismo tiempo mantienen subsumido o subyugado al resto del mundo por múltiples vías. Este problema es esencial, sin embargo, no toca en mi opinión la esencia del binomio sur-norte. El sur me parece más bien como un instrumento conceptual, como táctica de provocación crítica de lo mismo (que se articula como norte gracias a dicha intervención).

El norte está sobre el sur. Esto se debe a que sólo dentro del (discurso del) norte –ya comprendido, gracias al instrumento sur, como discurso– puede decirse: “Pero, Señor Norte, dominante y legislador de todo lo posible, aquí, en el centro de su dominio, A ya No es igual a A, y esto se debe a que todo el tiempo actuó como si A=A; es más, no le perdono, pero sé que no le era posible pensar otra vía.” Nos encontraríamos en un fracaso si intentáramos decir “A no es B, y nosotros somos B”. Ya que consistiría en hacer de B un A y hacerlo ingresar a la misma política de identidad. En este sentido el fracaso radica en que es imposible criticar la violencia de los sistemas de representación occidentales fuera de éstos. Pero el fracaso tampoco es un acontecimiento que nos sume en la inactividad y en el pesimismo, el fracaso es más bien la puerta de salida. En y desde la crítica sucede algo que torna la cuestión. Ya no se ve (analiza, comenta, argumenta, etc.) al norte como lo dado y lo único posible, sino que se articula como discurso, como discurso reinante, y desde esta (im)postura se fractura en sí a la identidad –en sentido metafísico– y surge la diferencia como fractura o escisión que manifiesta su generalmente oculta vacuidad y sus malas-buenas intenciones -sin afán de maniqueísmo alguno-.

 

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Hablar por el otro no consiste en una actividad humanista –el humanismo hacía del otro parte (marginal) de lo mismo– ni tampoco en una actitud creadora de víctimas –la víctima siempre queda sumida y bajo el mandato del victimario y del valiente que la rescata–, hablar por el otro consiste en posibilitar la emergencia –urgente– de una otredad. Cuando se dijo: “Sur”, apareció el “Norte”. Aparecieron sus terrores, sus fantasmas, sus caprichos, sus tonterías, sus monstruos, sus sueños… Antes de que se dijera “Sur” aquello que hoy llamamos “Norte” era lo único, lo mismo, lo dado y lo necesario. [Considero que de un modo similar cuando Marx dijo: “Proletariado de todo el mundo, uníos”, inventó el proletariado y consecuentemente a la burguesía. Se hicieron visibles.]

De este modo, la subalternidad es una categoría de raíz metafísica ya que se encuentra irremediablemente condenada al servicio del terror de la representación –o de la representación del terror, para las mentes ilustradas–, pero al desplazarla a la par de los conceptos «sur» y «diferencia» es también postmetafísica porque torna a la modernidad en discurso y no lo considera de antemano como proyecto único. Tal vez el punto de nuestra reunión no sea construir sujetos subalternos (aunque  es preciso conocer –integrar, compartir, provocar– los casos particulares y regionales de resistencia, confrontación y rebeldía), sino abrir el campo de su acción interviniendo y ocupando –así como se ocupan los terrenos– el discurso reinante; poniéndonos en la constante tarea de deconstrucción, desfragmentación, rotación, interpretación, para lograr fracturas, apariciones monstruosas.

El sur es la sub-alternidad. El sur es la cara rota del norte, la provincia en la ciudad, el otro de lo mismo, la diferencia de la identidad. La subalternidad es la sur-alternidad. ¿Qué tarea nos queda? Descender al sur del norte, descender cuantas veces sea preciso.


NOTA DEL NARRADOR: LO ANTERIOR ESTÁ NARRADO COMO INTENTO DE ARTICULAR LA CUESTIÓN TRAS LA TORMENTA EIDÉTICA DE LAS PRIMERAS DOS SESIONES. (POSIBLEMENTE HOY POR LA NOCHE O MAÑANA SUBA FRAGMENTOS DEL SUPUESTO TEXTO QUE ELABORO COMO PROYECTO PARA MOSTRAR EN EL SITAC, QUE MÁS QUE TEXTO ACABADO ES UN "INCONTEXTO" SIN FIN.)

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